mercoledì 18 marzo 2015

Room-rum

Por esas épocas me encantaba estar en casa, pedir fasfood en delivery o salir a comprar cualquier chuchería en la esquina aborreciendo un poquito al aire, porque no tenía tu olor. Dentro de la habitación todo era tan distinto, música, algún cigarro encendido y dos cuerpos tendidos en el lecho, sábanas regadas por todas partes, comida en los sofás, puchitos en el suelo, era todo tan sucio, tan desordenado y nos encantaba. Ese era el mundo y todo lo que veíamos fuera de él (mi universidad, el cultural, las amistades, las fiestas, las sorpresas repentinas), todo ello no era nada, era como la otra cara de la vida, como los sueños, que aunque maravillosos no delimitan nada los tiempos en los que existimos. Ese mundo, que nos agradaba, caliente y con olor a sexo, y a tabaco y a alcohol y otras cosas, ese ambiente de humo rosa que nos llamaba tanto a vivir. Ese mundo era nosotros, una habitación de unos cuantos por cuantos que no llegaba ni a garage, ahí bailábamos, saltábamos, nos divertíamos, era nuestro comedor, nuestro cine y nuestro lienzo, nuestra disco y nuestro hotel, nuestro bar y el catecismo, nuestro inglés y nuestro único mejor amigo, todo en uno y nosotros en él, testigo de tantas ocasiones, bromas ridículas y llantos calculados. Ese mundo era "casa", esa que no tuvimos, esa a donde llegas y siempre hay alguien tan tierna y durmiendo después de francés, tan interesado en el film después de artes plásticas, siempre el rostro que adorabamos ver, un gran abrazo en espera, una conviencia más fuerte en cercanía que cualquier matrimonio... Como odiaba salir, todo era perfecto a nuestra manera, adentro, yo te escribía, te creaba en papel, ahí mismo, junto a un vaso de wiskhy, mientras tú me ibas pintando, arrojabas las acuerales y los esmaltes, y los lapices y el logotipo, y decidías de que color estaba yo hoy, y fumabas marihuana como loca, y te desesperabas al no descubrirme, instantes después me estabas amando, mi prostituta favorita y tu maldito villano, malicia y perversión que al día siguiente no eran más que amor, que las caricias nos hacen infinitos y los besos nos dan vida, que afuera no hay nada bueno y que podemos morir juntos, que nuestras almas no encuentran alivio mas que cuando están juntas y que ese mundo, es el único mundo, que como nosotros se puede llamar, que tiene tantas cicatrices que le hicimos por pasión y que sus colores no se borran a pesar del tiempo, ni las cartas, ni los símbolos de nuestro amor, y nada ni nadie nunca se comparará a ese lugarcito, en su plena humildad y con derecho, el más majestuoso aposento que ha podido existir en este y en el otro y más aun, en el Olimpo.