Por
esas épocas me encantaba estar en casa, pedir fasfood en delivery o
salir a comprar cualquier chuchería en la esquina aborreciendo un
poquito al aire, porque no tenía tu olor. Dentro de la habitación
todo era tan distinto, música, algún cigarro encendido y dos
cuerpos tendidos en el lecho, sábanas regadas por todas partes,
comida en los sofás, puchitos en el suelo, era todo tan sucio, tan
desordenado y nos encantaba. Ese era el mundo y todo lo que veíamos
fuera de él (mi universidad, el cultural, las amistades, las
fiestas, las sorpresas repentinas), todo ello no era nada, era como
la otra cara de la vida, como los sueños, que aunque maravillosos no
delimitan nada los tiempos en los que existimos. Ese mundo, que nos
agradaba, caliente y con olor a sexo, y a tabaco y a alcohol y otras
cosas, ese ambiente de humo rosa que nos llamaba tanto a vivir. Ese
mundo era nosotros, una habitación de unos cuantos por cuantos que
no llegaba ni a garage, ahí bailábamos, saltábamos, nos
divertíamos, era nuestro comedor, nuestro cine y nuestro lienzo,
nuestra disco y nuestro hotel, nuestro bar y el catecismo, nuestro
inglés y nuestro único mejor amigo, todo en uno y nosotros en él,
testigo de tantas ocasiones, bromas ridículas y llantos calculados.
Ese mundo era "casa", esa que no tuvimos, esa a donde
llegas y siempre hay alguien tan tierna y durmiendo después de
francés, tan interesado en el film después de artes plásticas,
siempre el rostro que adorabamos ver, un gran abrazo en espera, una
conviencia más fuerte en cercanía que cualquier matrimonio... Como
odiaba salir, todo era perfecto a nuestra manera, adentro, yo te
escribía, te creaba en papel, ahí mismo, junto a un vaso de wiskhy,
mientras tú me ibas pintando, arrojabas las acuerales y los
esmaltes, y los lapices y el logotipo, y decidías de que color
estaba yo hoy, y fumabas marihuana como loca, y te desesperabas al no
descubrirme, instantes después me estabas amando, mi prostituta
favorita y tu maldito villano, malicia y perversión que al día
siguiente no eran más que amor, que las caricias nos hacen infinitos
y los besos nos dan vida, que afuera no hay nada bueno y que podemos
morir juntos, que nuestras almas no encuentran alivio mas que cuando
están juntas y que ese mundo, es el único mundo, que como nosotros
se puede llamar, que tiene tantas cicatrices que le hicimos por
pasión y que sus colores no se borran a pesar del tiempo, ni las
cartas, ni los símbolos de nuestro amor, y nada ni nadie nunca se
comparará a ese lugarcito, en su plena humildad y con derecho, el
más majestuoso aposento que ha podido existir en este y en el otro y
más aun, en el Olimpo.