sabato 26 marzo 2016

Cabaré (reflexiones III)

Veo herramientas en donde no las hay y la construcción dilata las horas. Diseño un esquema, esbozo el paisaje, aprehendo un pedacito de la certidumbre, para ofrecerle mayor credibilidad a mi plan; al menos por como yo lo creo. De pronto, las nubes debajo del sol no pasan y esos ruídos molestos de afuera están como susurrando: alivio modesto. Y creo. Entonces, en donde no hay un hogar, siembro un corazón latente con la intención de fundar un imperio. Tardo nada. Pero ese mundo ya no es más mi mundo, es uno de los tantos templos de culto del dios Arte. Si hay un verdadero heresiarca es el artista, jamás nadie fue tan fanático. Solamente luego de la creación, uno comienza a darse cuenta de las enormes distinciones que hay entre proyecto y resultado, y los instrumentos, que eran todas y cada una de las cosas que una imaginación pueda concebir, se ven extenuados. El cuento, ensayo breve, canción, folletín y demás, y esto lo digo a través de un prágmatismo bastante severo, no le debe a su autor lo que al Tiempo con sus relatividades y cursos, con sus obligaciones. Al goce, los libertinos que tergivesaron a Epícuro, donaron las gracias y creces del amor carnal y otras mundanidades; yo en cambio creo en el éxtasis de la libertad. Salir del mundo es la autonomía más sublime a la cual se pueda aspirar. Esa tierra cruel e intensamente pérfida que más ha de pesar, ¿qué comparación, espejo o disparate, puede tener con aquel lugar en el que la vida no pasa? Se trató de un contrato, pactado en pro de la humanidad y para el deleite de nuestro egoísmo. Así, les garantizamos a Cristo, Aquiles, elefantes de Dalí y putas de Picasso la inmortalidad con tal de poder continuar soñando. Finalmente, cuando Macondo desvanecía, junto a las apéndices de Melquíades, cuando Gargantua donaba esa abadía de ensueño y cuando Orfeo había regresado del Hades la existencia comienza a pasar por farsante: se pagan tazas, se ama hiriendo, se maltrata el grano. Y termino.