mercoledì 5 agosto 2015
La inevitable muerte de Carlos
La noche anterior, Carlos había sido, una vez más, esclavo de su rutina y se fue a dormir con las mismas promesas de hace una vida. El siguiente día, no hubiese sido distinto, si no por el semblante que adoptaban todos los demás al mirarlo. De pronto todo parecía una tragedia mal actuada, se hablaba del clima y de la familia con una naturalidad repetida, y sin embargo, detrás de esas pupilas atentas y semi-acogedoras se iban dibujando pequeños pedazos de lástima que casi emergían con la densidad que dios demanda y con la intensidad que la hipocresía no permite. Poco tardó Carlos en darse cuenta de que su fin había llegado y que como una profecía ajena a sus lamentos, todos se habrían enterado de su próxima y eminente muerte, excepto él. Lo peor era que los demás estaban tan convencidos de su futuro fallecimiento, que él no trató de persuadirlos de que no era cierto, por el contrario y sin explicación razonable, también él terminó por creerlo, tenía los días contados. No era que la cosa lo alegrase, no obstante tampoco le disgustaba; era simplemente que odiaba el hecho de tener que dejar este mundo sin haber experimentado, lo que la gran mayoría ha llamado "amor" y al mismo tiempo, estaba feliz de tener que romper su relación con un universo que siempre se ha mostrado hostil de frente a él. Pobre Carlos, cuando recién se percató de que iba a morir, todos lo sabían menos él, por lo que no tuvo el tiempo adecuado para despedirse; un día estaba ahí, conversando con su compañero sobre el noticiero de las veintidós, y al otro era lo mismo, solo que con nubes grises y una picadura en la garganta. "Mis amigos esconden algo", pensó y así descubrió en cada uno la verdad que nadie quería decir; "me falta poco", les preguntó y todos asintieron: fue suficiente. La noche en que lo supo, Carlos, se acostó, como todos los días, boca arriba para soñar con sirenas encantadas y duendes malditos, y no volvió a despertar. Quizás nadie se impresionó del suceso excepto él y no tuvo tiempo ni para contarlo, pero de nada hubiera servido, ya todos esperaban su muerte, como se espera de los árboles frutos y de las vacas, la leche. Lo más extraño es que encontrándome a uno de sus conocidos, intenté cuestionar, menuda interrogante, de qué forma se habían enterado todos que al aburrido Carlos se le iba a detener el corazón tan repentinamente, a lo que el gracioso compinche, no sé si por broma o por metáfora me respondió de la siguiente manera: ¿Quién es Carlos?
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