venerdì 27 febbraio 2015

El alma en las raíces

Allá por dónde la cordillera y las montañas que se pintan de blanco, me contaron, no existe la delincuencia como fruto de la ignorancia, allí es más bien especie de arcoiris con mucha escarcha. Allá los carnavales se tiñen de tradición, los bailes típicos y los trajes, el aguardiente y la pachamanca, la virgencita y el wayno indígena. Así me decía un compatriota al otro lado del mundo, renegando, añadía que en Lima las cosas jamás fueron las mismas y yo que me sentía tan conforme del azfalto y las nubes grises también le conté mi tradición; le dije del vals y la marinera de los domingos, del cebiche y las demás maravillas marinas, de los amaneceres en el malecón y de las chelas en el barrio. Y aunque no nos comprendimos, supimos que el Perú es grande, yo lo envidié como no había hecho en mi vida, porque yo no conosco todas las tierras que pisó Arguedas y estoy muy lejos de ser el criollo José Antonio, y mi ignorancia de las tradiciones comienza y acaba en unos libros de Matto de Turner y Scorza; unos indiecitos pintados por un tal Sabogal; las canciones que nos eseñaron en primaria; algunos platos típicos hechos de la tierra y en la tierra, e inciertos documentales y propaganda del Imperio. Fui ignorante, lo soy incluso, de la ironía de mi país, y si el destino fuese más amable, dejaría de llevarme de aquí hacia allá dentro de Europa, y comenzaría a llevarme de aquí hacia allá dentro de nuestra multicultural patria, en dónde el realismo mágico no es una corriente literaria, si no una realidad casi tangible, en dónde la contaminación es una distopía y en dónde las cosas más simples nos hacen felices de una felicidad que no experimentó nunca quién vivió siempre en ciudad, de un goce casi siniestro y dueño de todo, en dónde los paisajes, por supuesto, inspiran hasta a la peor alma, en dónde no muere nuestro pasado, en dónde es rica nuestra cultura. Yo te extraño, Perú, tanto que no te pienso y por eso mi conciencia se ha molestado conmigo y hoy me ha hecho más que nunca llorar lágrimas por tu ausencia y me ha hecho soñar a las personas por las que quiero volver, todas son una, y una son todas, y se lo merecen más que yo, a mi cariño. Hay gente aquí, otros seres sombríos que odian ser ellos mismos y odian a los suyos, y odian su cultura y sus orígenes, y reniegan de ese país-tortura que los vio nacer, del racismo que ellos mismos inculcan y de la delincuencia de la que son dueños también; a ellos los tengo bien lejitos de mi corazón, sin aborrecerlos, porque ellos no saben de lo que se pierden, no saben de lo que se han perdido en sus décadas de existencia y no sabrán lo que verdaderament es el Perú si no abren un poquito los ojos; pero qué más da, si ni la cultura de los que los hospitan aprecian, no saben de Garibaldi como no saben de San Martín, ni de Tupac Amaru ni de Mazzini; ajenos a sus oídos son Bocaccio y Aligheri, como lo son Vallejo y Ribeyro; para ellos César es un nombre e Inka un oprobio; aquellos que no tienen patria, su existencia pasará inadvertida y sus cenizas se unirán a cualquier cosa menos a la tierra. Yo sí tengo patria y por cierto no es esta, aunque me pague los estudios, mi patria es parte de algo más sin ser tan vieja, mi patria tiene penas que aquí ya no existen, mi patria tiene sonrisas que acá no hay; por eso y por todo la he amado como a todas mis amantes y a los mios, como a mis comidas y a mi música, como a mi arte y a Escribir.

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