domenica 1 febbraio 2015
Esa parte de mi alma
Porque después del gusto viene el disgusto habían dicho tantas veces, y tantas otras, esta vida había querido demostrarlo. El arrepentimiento, ese maricón; un libro abierto, posado sutilmente en el sofá; las continuas imagenes de un recuerdo que jamás vi, y que hacen mal, porque mis alucinaciones suelen tener alas y cuernitos; y la taza de café en la mesita de centro. Café, de las drogas que el mundo occidental no puede prohibir; en el 800 uno o muchos escritores italianos le hicieron un homenaje al café, sí que son absurdos por este lado del mundo, yo jamás le hubiese hecho un homenaje al pan con mantequilla o al arroz en las comidas, pero no importa, el libro está abierto y sin ser leído, creo que es un pecado más capital. Repaso las primeras líneas, son versos decasílabos escritos en gallego-portugués, sí que es anormal este poema, pobrecitos sus creadores, ellos creyeron que hacían una novela y yo con este agobio, solo puedo creer que ni el café ni el libro sirven para estos males de amor. Si al menos en sus casi quinientas páginas, Florentino hubiese encontrado una cura, pero no, él no quería curarse, y muy en el fondo, tal vez, tampoco yo. El ser humano, dicen los amantes de la ciencia, tiene la capacidad de percibir 24 imágenes por segundo; yo no me entiendo de ciencias, pero cada vez que sueño con tus ojos, me parece vivir tres o cuatro años de más, ¿y si la ciencia no funcionara cuando el amor? Por supuesto, esta angustia no será eterna, ni el asco, ni la ilusión, y no sé ni porqué escribo esto, quizás porque el arte, ese largo sendero hacia la divinidad, no me deja en paz desde hace mucho, y las cosas que hace, a tu brillor le agrega escarcha, a tu belleza imponencia y a tus ideas, retórica; el arte, si en la antigüedad también la ciencia era una de las grandes artes y la filosofía y la retórica una vez más, y posiblemente también la lucha. Ahora me encuentro con dos ejemplares distintos de un mismo cuento, ambos escritos en normando, y no puedo no reprocharte que hayas dejado a esta humilde carne sin su luz, derrepente una gota en el libro, cae de mi mejilla, clavándose en el ejemplar de Oxford, en el cual Tristán elije una imitación de su amada, pero yo no quiero imitaciones, ni alguien con tu nombre, ni con tu belleza, mucho menos con tu peculiar forma de ser, yo quiero una tú, hecha y derecha, y no puedo dejar de culparme, precisamente porque tú nunca quisiste un yo, y no te culpo; las personas como yo tienen mucho que dejar en cada uno, las personas como yo solo saben regalar tristezas y en nuestra inocencia, nos sentimos Platón, pero abrirles los ojos no es algo que sirva, sobretodo cuando los tontos viven mejor. Eso yo te había dado, un pedacito de mi alma, pero no como a este libro medieval mi lluvia, ni como a esa taza de café mis reflexiones, ni como a este recuerdo mi imaginación, yo te había dado esa parte de mi alma, como se da el sol al día, como se da la belleza al tiempo.
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