La parte de
Archimboldi parece ser difícil de ubicar en una visión a partir o hacia lo
latinoamericano, principalmente porque, el escenario de esta parte es Europa,
una Europa bélica que ve nacer y crecer a Benno Von Archimboldi, un personaje
movedizo que como se ha visto, es la ilusión y enseguida la resignación de sus
críticos. Santa Teresa, en esta parte, aparece como un fantasma, un espectro
que está allí y que el narrador no quiere mencionar y que de alguna forma, está
visitando a partir de los varios fragmentos que parecen referirla sin
mencionarla incluso desde el inicio:
“Cuando el aire se le
acabó dejó de contemplar esas partículas mínimas que se perdían y comenzó a
seguirlas. Se puso rojo y se dio cuenta de que estaba atravesando una zona muy
parecida al infierno”.
Un atento lector se da
cuenta inmediatamente de que en otras ocasiones Santa Teresa viene referida
como el infierno, no es casual el hecho de que Archimboldi vaya a parar allí,
lugar en el que confluyen todas las historias de la narración. De hecho, en
esta parte, Santa Teresa aparece solamente al final, y solamente en pocas
páginas, sin que el narrador se tenga que detener en su descripción, más bien
lo que aparece aquí, más que Santa Teresa, es la cárcel de Santa Teresa y el
cuarto de hotel en el que se hospedaba Lotte, y tal vez, el aire desértico que
emana el ambiente de la ciudad, un aire lleno de sangre, que ciertas veces
resulta destructivo pero ciertas veces hasta regenerador. Esta ausencia se deba
talvez a que uno de los roles fundamentales del uso de la ciudad imaginaria en
la narración es el de describir el horror (como se ve en la parte de los
crímenes), horror que aquí se ha descrito a partir de una topografía del
apocalipsis, en una serie de lugares tendencialmente europeos, a veces
fabulosos, que son también, como Santa Teresa lo es en las otras narraciones,
la metáfora de Latinoamérica, y la metáfora de la infamia humana; después de
todo, Latinoamérica, no sería solamente un hijo bastardo del occidente, como
habrían sugerido algunos de los grandes pensadores del continente, sino también
un hijo de la humanidad bastarda, la misma humanidad que parió el Holocausto,
y, en dónde la principal de todas las herencias sería el mal. No en vano algunos
de sus personajes buscan sin lograrlo rechazar todo lo que venga del padre, visto que los padres
aquí no pertenecen solo a una facción del mundo, sino a todas:
“Le divirtió la
respuesta que a este respecto le dio el joven Reiter. Dijo que sobre su padre
no sabía nada. -Es verdad -dijo Halder-, uno nunca sabe nada de su padre”.
Y, además:
“-Esos juramentos no
valen -dijo la muchacha-, los padres no valen, uno siempre está tratando de
olvidar que tiene padres”.
Este puente tendido
entre la Segunda guerra mundial y Santa Teresa es en todo caso la infamia, por
lo cual se puede ver toda la parte de Archimboldi, como una búsqueda del
sentido de la existencia en un laberinto infernal que comienza en Europa y
continúa en Santa Teresa, sin fin aparente (y esto es sugerido también a partir
de la estructura narrativa que padece de bifurcaciones anómalas que a veces no llevan a
ninguna parte). Aquí pues, una Santa Teresa que es la maldición del ser humano,
el espejo de todas sus frustraciones y de sus deseos más macabros, lugar al que
tienen que llegar los rechazados por la sociedad, los poetas, los locos, los
asesinos y los marginados. Pero, aunque el centro del mal del mundo
contemporáneo, del siglo XXI, sea Santa Teresa, o sea ciudad Juarez, o sea
México, o sea Latinoamérica, en la parte de Archimboldi se deja de lado este
matiz de la maldad, para describir el mal del siglo XX, como una suerte de
recuperación o recordatorio del árbol genealógico de la maldad (pues, de hecho,
Bolaño es tan global como latinoamericano). La metáfora es evidente; no hay que
olvidar pues que Latinoamérica fue también un lugar simbólico del progreso para
el viejo continente, lugar que albergaba grandes sueños desde distintos polos
del mundo, y al que confluyeron una infinidad de personas de diversa índole,
raza, status social etc., y que paradójicamente terminó siendo el lugar de la
derrota, una derrota de lo humano en general puesto que allí se fijaron grandes
ambiciones globales durante la historia, una derrota que hoy significa a Santa
Teresa entonces como el espejo vergonzoso del mundo. Característico de este
retrato vergonzoso del mundo es el fragmento del castillo de Drácula, en el que
la élite se pone a conversar sobre cultura, arte, placer, entre otras cosas,
mientras ese mismo castillo, a los rededores estaba lleno de huesos humanos
(talvez los huesos de las víctimas de Vlad Tepes, talvez los huesos de otras
tantas guerras que se sucedieron a lo largo de la historia). Mientras Europa
entera se llenaba de huesos humanos porque estaban en plena Segunda gran guerra,
la parsimonia de un ritual mundano cualquiera parece sugerirnos un retrato del
mundo, que es también un espejo profético de lo que sucede hoy, siglo en el que
la Élite/Norte del mundo/Europa puede conversar de cultura, arte, placer, entre
otras cosas, mientras ese mismo castillo/mundo a los alrededores/en los
márgenes/en Latinoamérica/en Santa Teresa tiene un cementerio de huesos humanos
imposibles de enterrar completamente. Sin embargo, Bolaño tiene para todos, y
de hecho no condena más al resto del mundo que a los propios latinoamericanos,
de hecho, cuando Archimboldi encuentra por primera vez a Ingeborg, esta le
habla sobre los Aztecas y sobre los sacrificios que se hacían en las pirámides
acercando así, el México de los Aztecas a la Alemania de los Nazis:
“De tal manera que al
principio la luz es negra o gris, una luz atenuada que sólo deja ver las
siluetas de los aztecas que están, hieráticos, en el interior de las pirámides,
pero luego, al extenderse la sangre de la nueva víctima sobre la claraboya de
obsidiana transparente, la luz se hace roja y negra, de un rojo muy vivo y de
un negro muy vivo, de modo tal que ya no sólo se distinguen las siluetas de los
aztecas sino también sus facciones, unas facciones transfiguradas por la luz
roja y la luz negra, como si la luz ejerciera el poder de personalizarlos a
cada uno de ellos, y eso, en resumen, es todo, pero eso puede durar mucho
tiempo, eso escapa del tiempo o se instala en otro tiempo, regido por otras
leyes”.
Terminar hablando del
tiempo parece sugerir, inverosímilmente, que los ritos del sacrificio
continuasen a existir hasta hoy, como si el tiempo no hubiese cambiado en
siglos porque allí en dónde una luz teñida de sangre personalizaba a cada uno
de los aztecas, aquí cada matanza en los campos de concentración, iluminaba a
los nazis de la luz de la superioridad de la raza aria. Icónico además el
fragmento de Sammer, otro espejo del horror banalizado, del horror que se ha
convertido en un quehacer común y en dónde la sociedad no parece encontrar
algún tipo de orden como sucede además en Santa Teresa, aunque el escenario
esta vez no sea la Rumanía de Drácula, ni la Alemania de Goethe, sino Polonia:
“Cada vez que uno
encontraba algo le repetía lo mismo. Déjelo. Tápelo. Váyase a cavar a otro
lugar. Recuerde que no se trata de encontrar sino de no encontrar. Pero todos
mis hombres, uno detrás de otro, iban encontrando algo y efectivamente, tal
como había dicho mi secretario, parecía que en el fondo de la hondonada ya no
había sitio para nada más”.
Aquí pues, el
personaje Sammer decide de exterminar 500 judíos “por no saber qué hacer con
ellos”, y se asiste a crímenes sin nombre, de los cuales solo tenemos la
descripción futura y los resultados, cadáveres que expulsa la tierra, aquí en
la nieve, allá en el desierto, como si la humanidad no debería de ser capaz de
ocultar sus secretos sangrientos, como si, aunque quisieran, los humanos
estuvieran ya condenados a vivir con sus hechos pasados. De hecho, Archimboldi
siente una culpa por el asesinato que ha cometido y se decide de cambiar su
identidad, talvez sentía que el cadáver de Sammer iba a salir de su entierro,
como Sammer sentía que lo iban a enjuiciar por lo que había hecho. Esta y
tantas otras sugerencias parecen convocar a Santa Teresa como un fantasma,
solapadamente entre los fragmentos de una Europa bélica y post-bélica:
“Una vez le pregunté
cómo eran. Mi padre me miró y dijo que sólo eran mujeres muertas. ¿Retratos de
mi tía? No, dijo mi padre, otras mujeres, todas muertas”.
“-No lo creo -dijo
Ingerborg-, hay mucha gente que mata, sobre todo que mata a sus mujeres, y que
nunca va a parar a la cárcel”.
“Probablemente
hablaron y follaron, más de lo último que de lo primero, lo cierto es que por
la noche la baronesa no volvió al Danieli, ante la angustia de su ingeniero,
que había leído novelas que hablaban de misteriosas desapariciones en Venecia,
sobre todo de turistas del sexo débil, mujeres sojuzgadas carnalmente, mujeres sedadas
por la libido de macrós venecianos, mujeres esclavas que convivían, pared con
pared, con las esposas legítimas de sus esclavizadores, (…)”.
Solo para al final dar
a parar en el lugar simbólico de los muertos en vida, lugar en donde la
vergüenza del ser no se puede esconder más y que expulsa sus cadáveres una y
otra vez, recordándole su mal innato. Lugar de vagabundos, en dónde se
encuentra la marginalidad a la intemperie, en dónde la locura cabe más en los
que viven de revoluciones que en los que se quedan arraigados a algo.
“Y Nadja Yurenieva vio
a Ansky y se levantó discretamente y salió del paraninfo en donde el mal poeta
soviético (tan inconsciente y necio y remilgado y timorato y melindroso como un
poeta lírico mexicano, en realidad como un poeta lírico latinoamericano, esos
pobres fenómenos raquíticos e hinchados) desgranaba sus rimas sobre la
producción de acero (con la misma supina ignorancia arrogante con que los
poetas latinoamericanos hablan de su yo, de su edad, de su otredad), y salió
…”.
Hablar de la otredad,
del yo, es lo que se propuso tantas veces Latinoamérica en el pasado, así
Bolaño aprovecha ciertas ocasiones para criticar cierta literatura
latinoamericana a la que le debe mucho pero que parece haber podido superar con
gran genio. Del mal han hablado Borges y también Márquez (el primero también de
la infamia, y además de la traición y de otros males humanos; el segundo se
acercó bastante criticando a la Santa Inquisición y al terror que podían causar
las grandes compañías multinacionales). Sin embargo, no se acercaron al horror
con todas sus letras; ellos lo han sugerido, lo intentaron comprender, sin
llegar al abismo, sin rozar la muerte, sin poder relatarlo en toda su crudeza y
crueldad, como Bolaño ha hecho, donándonos el resultado abrupto y sanguinario
de este mal. Bolaño de esta forma además critica la resistencia de los
pensadores latinoamericanos que no se atreven a hablar demás, encerrados en un
ideal imaginario de exotismo que él no cree merecer, ya que, para él, quizás,
un buen poeta debe ser un detective, un detective que busca algo de lo que no
sabe, pero que sabe que debe de encontrar:
“Cuando Ivánov le
decía que eso era imposible, que la muerte estaba junto al hombre desde tiempos
inmemoriales, contestaba que de eso precisamente se trataba, justo de eso,
incluso exclusivamente de eso, abolir la muerte, abolirla para siempre,
sumergirnos todos en lo desconocido hasta encontrar otra cosa”.
No es casualidad pues
que en la parte de Archimboldi, dos de los grandes temas principales sean la
muerte y la literatura, temas que, al confluir en Santa Teresa, simbólicamente
confluirán también con Archimboldi, el escritor y su sobrino Haas, el asesino.
Cómo a decir que la incertidumbre sobre las identidades, que la convergencia de
seres tan disímiles, y de índoles que parecen no tener nada en común,
en estos tiempos debe de ser natural. Por lo cual Bolaño es más que un escritor
latinoamericano un escritor universal, que talvez por su condición de
posmoderno, lleva como estandarte el tema del desarraigo identitario:
“-Este país -le dijo a
Reiter, que aquella tarde se convirtió, tal vez, en Archimboldi- ha intentado
arrojar al abismo a varios países en nombre de la pureza y de la voluntad. Para
mí, como usted comprenderá, la pureza y la voluntad son puro mariconeo”.
La búsqueda de la identidad
en Bolaño es importante, pero esta búsqueda parece deberse llevar a sabiendas
de que esa identidad no se concretará en nada de estable, no solo por una
cuestión geográfica, o sea latinoamericana, sino también por una cuestión
temporal, recordemos que estamos en los tiempos de la globalización. Si bien
casi todo tiene que fluctuar en la identidad de los héroes de Bolaño, es más
reconocible esa actitud cuando se refiere a los rasgos superficiales del
individuo, que no lo describirían como persona, porque sería caer en prejuicio.
Más bien los rasgos profundos del individuo, aquellos que se forjan con vida y
de forma personal, son exhortados:
“El nacionalsocialismo
era el reino absoluto de la apariencia. Amar, reflexionó, por regla general es
otra apariencia. Mi amor por Lotte no es apariencia”.
También se exalta
cierta voluntad por el exilio y el autoexilio, por el vagabundeo, como
herramienta principal de la búsqueda de la identidad profunda y de la
deconstrucción de la identidad superficial (esa mezcla de moral y sinsabores
pasados que poco han de decir de una identidad individual):
“(…) Sólo el
vagabundeo de Ansky no es apariencia, pensó, sólo los catorce años de Ansky no
son apariencia. Ansky vivió toda su vida en una inmadurez rabiosa porque la
revolución, la verdadera y única, también es inmadura”.
Se exalta además la
voluntad que tienen estos personajes lumpen de caer hacia el vacío, esto
resalta un matiz de valentía en el prototípico hombre bolañesco. Como a decir
que para burlar cualquier estereotipo y hacerse a la mar, se necesita tener la
capacidad de luchar en el infierno:
“Y colgó. En México
Lotte aún permaneció un rato más con el teléfono pegado a su oreja. Los ruidos
que oía eran como los ruidos del abismo. Los ruidos que oye una persona cuando
se desploma por el abismo”.
Todo esto demuestra,
junto afán de vagabundeo del mismo Bolaño y de sus alter egos
Ansky/Archimboldi, que él es más un tipo de su tiempo que de su espacio,
afianzado más bien, a un post-modernismo globalizado. No es casual que el
personaje principal, el cual, no nos es dado de conocer totalmente, porque
pareciera que Bolaño nos dijera que “mejor se conoce desconociendo” o que “lo
oculto dice más que lo declarado” elija como nom de plume Benno Von
Archimboldi, que remite a una identidad mixta o post-moderna basada en la
mezcla bizarra entre Benito Juarez (Benno resulta un eco más de Santa Teresa),
la antigua aristocracia alemana (Von, o sea una Alemania arraigada y nazi) y el
pintor italiano Archimboldo (Archimboldi, quién pintó rostros y semblantes
equívocos, fluctuantes). La reflexión de la identidad mixta se da en varios
casos más, basta mencionar que el presunto autor de los crímenes quién además
es sobrino de Archimboldi, se parece a él hasta el punto de que su madre en la
demencia confundía al nieto con el hijo, como en una suerte de espejo deformado:
“-En ocasiones -dijo Ingerborg-,
cuando estamos haciendo el amor y tú me coges del cuello, he llegado a pensar
que eras un asesino de mujeres”.
Los roles de estos dos
se superponen en dos grandes dilemas: el de víctima (en el caso de Haas, un
chivo expiatorio de la policía corrupta de Santa Teresa y en el caso de
Archimboldi, una víctima de su tiempo y de la muerte), y el de victimario (pues
Hass es posiblemente el causante de algunos crímenes, sino de todos, aunque
intelectualmente; mientras Archimboldi también asesinó a un asesino, pero al
fin y al cabo asesinó). Estos roles no sirven para identificarlos inequívocamente,
sino que es una forma para sugerir la incertidumbre, el mal que se esconde en
las apariencias pues el lector ya no sabe qué pensar, y deja por supuesto, de
interesarse en lo superficial de la carne, porque personajes tan distintos,
también pueden parecerse superficialmente, como si Bolaño dijera en toda la
parte: “lo superficial no es capaz de decir nada sobre la identidad de un
individio”:
“(…) Reiter no dejaba
de sumergirse, salía, respiraba y se sumergía, y en el fondo del río era como
una calzada de piedras, de vez en cuando veía cardúmenes de peces pequeños y
blancos y de vez en cuando se topaba con un cadáver ya sin carne, sólo huesos
mondos, y esos esqueletos que jalonaban el paso del río podrían ser alemanes o
soviéticos, no se sabía, pues las ropas se habían podrido y la corriente las
había arrastrado río abajo (…)”.
Estas incertidumbres
de identidad que pueden acercar la muerte a la literatura no parecen resolverse
jamás, pariendo un mundo literario que es el mundo contemporáneo en dónde todo
es inestable, todo está en constante movimiento sin posibilidad de
recomposición. Los personajes de la parte de Archimboldi son también personajes
fragmentados, sin visión unívoca de la realidad, personajes cambiantes, por
ello mismo, por su vagabundeo se aproximan mucho al mal o son el mal,
descubriéndose en una búsqueda que es en verdad una aventura hacia la derrota,
pero que parece valiera la pena vivirla. Característico por supuesto, Ansky,
escritor vagabundo que al inicio había ovacionado la Revolución y que luego, al
enterarse del mal que se escondía tras de ella, pasó a criticarla tan
abiertamente que se hubiera merecido la muerte si no fuera porque sus libros
los firmaba un tal Ivanov, un autor menor que solo quería la fama, o sea la
superficialidad. De hecho, Ansky, perseguido por ser judío, será el mentor del
Archimboldi escritor, un autor también desconocido, como lo es él mismo para
los críticos, pero en el que de alguna forma de identificaba, por su espíritu
vagabundo, espíritu de profundidad y de revolución. En la parte de Archimboldi
los polos de la identidad pura vienen criticados constantemente, así como la
superficie de las cosas y los individuos arraigados al pasado que ya se fue:
“Esa luz fue emitida
hace mucho tiempo, ¿lo entiendes?, es el pasado, estamos rodeados por el
pasado, lo que ya no existe o sólo existe en el recuerdo o en las conjeturas
ahora está allí, encima de nosotros, iluminando las montañas y la nieve y no
podemos hacer nada para evitarlo (…) la luz de las estrellas me marea. Me dan
ganas de llorar -dijo Ingerborg con los ojos húmedos de locura”.
De hecho, parece que
Bolaño nos dijera que lo único que debemos de recordar de nosotros mismos es la
infamia, mientras que todas las otras cosas de una identidad tienen que ser
movedizas, como la identidad latinoamericana, como los “mejores” personajes de
su novela, con la identidad en la incertidumbre, en la intemperie, en una
búsqueda de sí misma en la cual la meta es la búsqueda en sí, adecuándose a
estos nuevos tiempos de globalización y de mestizaje, de multiculturalismo y de
vagabundeo, tiempos de movimiento en dónde más vale adecuarse continuamente que
arraigarse definitivamente, pero en dónde el hecho de buscar la originalidad en
la profundidad de sí mismos y de otros, en contra del estereotipo, podría
llevarnos muy cerca de la muerte:
“(…) Tánato es el más
grande turista que hay sobre la tierra”.

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