sabato 25 giugno 2016

Alma colectiva

Pinto el boceto de alguien, de todos aquellos quienes han preferido la inconformidad por estandarte. Alguna vez teoricé un cuento que sea también un manual y también una negación de sí mismo. El buen Proust y los cinco primeros capítulos del Antiguo Testamento extenuaron mis ganas: ya se había hecho. Luego, pensé en una película que sea madre e hija de sí misma, que hable de la forma más poética posible, sobre los fantasmas de un artista tormentado por la anciedad que cause el vacío existencial de este mundo. Benévolo Tarkovskij, se me había adelantado unas décadas atrás. Extenuado en el alma por la ingenuidad de mi arte, tomé un pincel y en el lienzo, soñé una revolución de las artes, que minimice cualquier intento de trazo y que glorifique la tonalidad de los colores a favor del sentimiento. Pollack había muerto dejando un legado de arte abstracto. Yo no fui nada, la originalidad de mis ideas, eran quizás metafisicamente aprobadas pero fenoménicamente ya trabajadas. Y me continúa a suceder: pensé en el ennui y Baudelaire ya había hablado del spleen; Picasso ordenó el arte de tal manera que todas las perspectivas sean una, yo me había ideado la fundición de dos o tres solamente. Y cuando todo estaba ya hecho, pensé en un alma colectiva, equivalente quizás a Dios, que hace a los artistas, artistas y a los demás los demás. Y los primeros teníamos la filantropía por pasión, sin darnos cuenta, y los demás la autodestrucción en la sangre sin haberse jamás percatado. Y era un intercambio equivalente, que nosotros demos una vida vistosa al lúgubre por venir, a cambio de la huída de esta desgracia que bautizaron Casa. Jamás me había sentido así de orgulloso de mi humanidad; ensimismado me postré ante mi creencia, sacrificando todo menos mis sueños, cuando observé atentamente, de que forma tan original, Herzog había plasmado mi idea.

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