giovedì 2 giugno 2016

Sobre las 64 casillas

El ajedrez se juega de a uno. El contrincante, en todos los casos, es la Vida. El jugador pretende emular la ubicuidad de un demiurgo, perdiéndose en el intento. Se ha pensado, durante siglos, que la estrechez ambigüa del tablero sea la metáfora de un campo de batalla; se ha sugerido que la razón de ser de las piezas, sea estrictamente bélica. El punto de vista se ha ahogado en el paradigma, se ha creído que el jugador es Napoleón o Sun Tzu; el jugador en cambio es Dios. La tradición guerrera de ambos hemiserios, jamás ha pretendido que Ares pueda controlar, sin desvarío, los pasos de Zeus; sin embargo, incluso los dioses han sido enamorados en potencia; ¿qué significa el hecho, sino, que incluso ellos estaban controlados por algo más?, el Destino acaso, el Tiempo, la Vida. Del mismo modo, la Otredad, en el ajedrez, intercepta intentos, cambia planes, reformula hipotesis; la Unicidad, conjuga verbos, reparte peticiones, remembra las partes. Así, el juego se convierte en el espejo de la Vida y no de la guerra. Después de todo, cuando un caballo se ha comido a la reina al cabo de seis minutos de juego, la astucia y la perversidad del jugador son accesorias y sujetas a toda la complicada cadena de su inmediato pasado. El jugador atento y aquel distraído, no han sido más que víctimas del Tiempo, del ocio, del estrés y de todas esas cosas que tejen la red de la Vida.

Nessun commento:

Posta un commento