sabato 25 giugno 2016

Sobre el Neorealismo italiano

En los tiempos del cine clásico americano, todo se hacía dentro del set. La Twenty y la Warner engendraban a la industria completa sin salir de sus establecimientos. Este fue, quizás, el punto más opuesto que habría de separar al cine que se andaba haciendo en la Italia post-bélica, de aquel convencional. El Neorealismo Italiano fue y continua a ser una fuente de inspiración profícua para el director de hoy, y fue el inicio del Cine Moderno. Los pilares, algunos ya ampliamente valiosos desde los tiempos del Fascismo, decidieron reanudar la personalidad del artista italiano nuevo. Una Italia pobre y destruída, resultó acogedor escenario para toda la década del movimiento en dónde preponderaban las penas y las vivencias del individuo común. Ya existía el color, pero los mejores ejemplos de este período, vale decir, Roma Cittá Aperta de Roberto Roselini y Ladri di Biciclette de Vittorio De Sica son en un blanco y negro sugestivo, que tiene mucho que ver con las tonalidades de las historias que dentro se han contado, hubiese sido un error ponerle colores a una realidad tan impactante y destructiva como la que se mostraba. A esto se adhería el poco presupuesto que tenía la industria italiana; durante el Fascismo nada se había visto de América y una gran masa de películas serie B y otra más corta de serie A, comenzaban a proyectarse en los cines de esa Italia que había demostrado la totalidad de su poder hace unas décadas con Cabiria de Giovani Pastrone; hacer películas, era casi una hazaña. Dijeron que quienes actuaban en las películas del Neorealismo eran gente común, y muchas veces sucedió, las ambientaciones no eran ambientaciones, eran ambientes reales; la iluminación se prestaba a la verosimilitud y las estrategias de grabación, si bien no desprovistas de una linearidad como sí sucederá después con la Nouvelle Vague, no eran más el clasicismo de Hitchcock, sino más bien, un sello más del director que experimentó casi directamente la historia que ha de contar. Los sujetos de estas historias están ligados por una sola cosa, la simpleza; no hay nada de especial en el papel de Anna Magnani, no fuera de su personalidad, no fuera de su rol como madre pobre, no fuera de lo que cualquier otra persona hubiera hecho si a su marido se lo llevasen los alemanes; no había nada de espectacular en el pequeño Pasquale y el soldado Joe, no más de lo que se vivía día a día, no otra cosa que una de los tantos hilos que han de cocer la red del terror. Por esta razón hay amplio uso del dialecto, ambientes naturales distinguidos y no se cuentan más los palacios que están acabados, sino las pocilgas en dónde el orden nace; frecuente también el uso de los niños, esa nueva generación que bastante ha de sufrir y que bastante ha de construir, frecuentes pedazos de italianidad y kilos y kilos de memoria. No tener en cuenta a esta pequeña parte del cine es no tener en cuenta al cine, de aquí el cine moderno y el núcleo de todo lo que conocemos ahora.

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